Desde siempre, admiro más a las mujeres que a los hombres. Con algunas y notorias excepciones, claro. En un mundo machista como el nuestro, tanto en el trabajo como en la familia, la mujer es más tolerante, solidaria, generosa. Es capaz de expresar, con mayor facilidad que los hombres, sentimientos y no solamente ideas y eso hace que sus vidas sean más reales. Y admiro sobre todo a las mujeres independientes. Las que se liberaron del qué dirán y viven la vida como les gusta. Algo que antes era un privilegio de los hombres. Si quieren, tienen amores de ocasión solo por el placer de tenerlos. Un día, una semana o un mes, no importa. Como los hombres. Viven solas, viajan, piden comida a domicilio, no tienden la cama. Cambian de trabajo si les aburre donde están o les ofrecen algo mejor. Salen los viernes con las amigas. Tienen mejor amigo. Igual se ennovian con un hombre menor que ellas o uno mucho mayor.
Pero claro, sufren de las mismas soledades que los hombres. Las que están entre los 20 y los 30 son adorables pero insoportables. Son capaces de armar un paseo a Santa Marta o a Nueva York en un día. Viven pegadas al celular o al BlackBerry y es usual que tengan amores virtuales. Un hombre que conocieron en un avión o un amigo de un amigo que les gustó de solo verlo. De nacimiento, son multitask. Mantienen al tiempo cinco conversaciones por MSM: el amigo despechado que pide consejo; la mamá divorciada con depresión; la amiga que está organizando la rumba; el hermano que la está regañando; y un galán que le coquetea. Trabajan, van a cine, compran ropa, leen, trasnochan, madrugan, dicen groserías cuando hablan con las amigas.
Todos los hombres dicen que les encantan este tipo de mujeres, pero la verdad, secretamente, les tienen miedo. Físico pavor. Si se enamoran de una de ellas viven la vida, literalmente, en la cuerda floja cada día. Paciencia es el nombre del juego para aguantar la montaña rusa en que se convierte una relación con una de ellas. Si les da por los celos, los echan inmediatamente. Si están demasiado cerca las aburren. Pero si se alejan mucho, ellas buscan a otros. Saben que están saliendo, pero de lo que nunca están seguros es si son novios. Estas mujeres, más que un enamorado, buscan un cómplice. Para vivir la vida, para experimentar, para descubrir el mundo y el amor.
Los hombres que sobreviven estas relaciones descubren al final que no es que a estas mujeres les guste demasiado ser independientes. Que en realidad son más solitarias con máscara de independientes. Que en el fondo quieren una pareja estable, un hogar, hijos. Como todas. No han renunciado a ello por vivir la vida. Su prioridad no es el trabajo o los viajes. Ni que les regalen cosas ni las inviten a viajes a Cartagena o París. Cualquiera puede hacerlo. Eso no tiene gracia. Es apenas cuestión de plata. Lo que las mujeres buscan es que las quieran bien. Que los hombres sean capaces de hablar de sus sentimientos y no solamente de lo que han hecho en su vida o van a hacer. Que las escuchen. Que vivan la relación desde el corazón y no solamente desde la cabeza. Por eso, se entienden mejor con los hombres mayores. Para los chiquitos o de su edad, son mujeres imposibles. Demasiado maduras para ellos. Y aquí entran las que están entre 30 y 40. Divorciadas y con hijos. Supermamás y supermujeres. A ellas no solamente hay que tenerles admiración sino respeto verdadero. Llegan perfectas a la oficina a las 8:30 am. Peinadas, bonitas y sonrientes. Pero a esa hora ya levantaron a los niños, los vistieron, les dieron desayuno, les hicieron la lonchera, les contestaron todas las preguntas. Al medio día siempre tienen una vuelta que hacer de la casa o del colegio de los hijos. Por la tarde, desde el teléfono monitorean todo: las tareas, las clases de pintura o de ballet. Y a las seis salen de la oficina a seguir con el mismo ritmo en la casa hasta las ocho o nueve, que acaban de revisar las tareas con los hijos, comen, ven película y los duermen. El hombre que se les acerque no solamente tiene que ser paciente sino inteligente y creativo. Su prioridad son los hijos y no quieren problemas. Son mujeres que no desean romances tormentosos. Ya han tenido suficiente drama en su vida y lo que buscan ahora es paz, alegría, comprensión. Romances profundos y tranquilos. Generalmente encuentran eso en hombres 10 ó 15 años mayores que ellas. Con hijos o sin hijos. Hombres cariñosos que las conquisten con actos simples. Actos de humanidad, respeto, solidaridad, ternura. Hombres que no solo sepan lo que quieren, sino lo que no quieren. Más hogar que rumba. Como siguen siendo mujeres independientes, las enamora un hombre decidido, serio, que sea capaz de decir lo que siente y quiere. No están para perder el tiempo en relaciones que no van a ninguna parte. Lo primero que preguntan es si quiere tener hijos. Un hombre que busque conquistarlas debe saber que en realidad no puede hacer mucho para lograrlo. Apenas permitir que ella vea en él lo que le gusta de un hombre. Que la quiera por supuesto, pero que pueda ser el padre de sus hijos.
El secreto de estas relaciones es que ambos encuentren el ritmo natural del encuentro. O del desencuentro. Un paso a la vez. Pero cada uno aportando. Si él se vuelve intenso, la pierde. Y si ella simplemente se sienta a esperar y no toma la iniciativa de vez en cuando, él lee esto como falta de interés y se va. Las que pasan de los cuarenta ya ven la vida de otra manera. Lo de ser independientes se vuelve su prioridad de verdad. Independientes para que no las molesten. Hombre que empieza a dar cantaleta -que dónde estás, que para dónde vas, que con quién sales-, hombre que sale despachado. Ya no quieren más hijos y esto les cambia completamente el panorama. Prefieren una relación de cada cual en lo suyo.
Nos vemos para ser felices, para acompañarnos. Mujeres independientes. Con las riendas de la vida en sus manos. En un mundo que antes era solo de hombres.
¿Máscara? ¿Realidad? Ambas. Un poco solitarias, pero también arrojadas. Admirables. ¡Mujeres para querer!